martes, 9 de julio de 2013

Donde habita el olvido - Sabina



Cuando se despertó,
no recordaba nada
de la noche anterior.
“Demasiadas cervezas”,
dijo, al ver mi cabeza,
al lado de la suya, en la almohada…
y la besé otra vez,
pero ya no era ayer,
sino mañana.
Y un insolente sol,
como un ladrón, entró
por la ventana.

El día que llegó
tenía ojeras malvas
y barro en el tacón,
desnudos, pero extraños,
nos vio, roto el engaño
de la noche, la cruda luz del alba.
Era la hora de huir
y se fue, sin decir:
“llámame un día”.
Desde el balcón, la vi
perderse, en el trajín
de la Gran Vía.

Y la vida siguió,
como siguen las cosas que no
tienen mucho sentido,
una vez me contó,
un amigo común, que la vio
donde habita el olvido.

La pupila archivó
un semáforo rojo,
una mochila, un peugeot
y aquellos ojos miopes
y la sangre al galope
por mis venas
y una nube de arena
dentro del corazón
y esta racha de amor
sin apetito.
Los besos que perdí,
por no saber decir:
“te necesito”.

Y la vida siguió,
como siguen las cosas que no
tienen mucho sentido,
una vez me contó,
un amigo común, que la vio
donde habita el olvido.

El advenimiento - Borges



Soy el que fui en el alba, entre la tribu.
Tendido en mi rincón de la caverna,
pujaba por hundirme en las oscuras
aguas del sueño. Espectros de animales
heridos por la esquirla de la flecha
daban horror a las tinieblas. Algo,
quizá la ejecución de una promesa,
la muerte de un rival en la montaña,
quizá el amor, quizá una piedra mágica,
me había sido otorgado. Lo he perdido.

Gastada por los siglos, la memoria
sólo guarda esa noche y su mañana.
Yo anhelaba y temía. Bruscamente
oí el sordo tropel interminable
de una manada atravesando el alba.
Arco de roble, flechas que se clavan,
los dejé y fui corriendo hasta la grieta
que se abre en el confín de la caverna.

Fue entonces que los vi. Brasa rojiza,
crueles los cuernos, montañoso el  lomo
y lóbrega la crin como los ojos
que acechaban  malvados. Eran miles.
Son los bisontes, dije. La palabra
no había pasado nunca por mis labios,
pero sentí que tal era su nombre.
Era como si nunca hubiera visto,
como si hubiera estado ciego y muerto
antes de los bisontes de la aurora.

Surgían de la aurora. Eran la aurora.
No quise que los otros profanaran
aquel pesado río de bruteza
divina, de ignorancia, de soberbia,
indiferente como las estrellas.
Pisotearon un perro del camino;
lo mismo hubieran hecho con un hombre.
Después los trazaría en la caverna
con ocre y bermellón. Fueron los Dioses
del sacrificio y de las preces. Nunca
dijo mi boca el nombre de Altamira.
Fueron muchas mis formas y mis muertes.

Discurso contra Dios - Roberto Benigni


Quiero hacer un breve paréntesis en relación a la economía divina.
Nuestro señor, creo, podía habernos ayudado desde el principio. Yo creo en él, porque nunca se sabe. Total si existe, existe, y si no existe, no jode. Pero si existe, digo: somos cinco mil millones de personas, ¡y con todos los planetas que hay tenía que meternos a todos en éste! Es como si un padre tuviera veinte hijos y un edificio de cincuenta pisos y decidiera encerrarlos a todos en el garage. ¿De qué estamos hablando? Nos tendría que haber ubicado un poco mejor.
Pero no, nuestro señor es un capitalista, y todos estos planetas son un abuso. Pura especulación planetaria. De hecho, cuando Galileo los descubrió, el Papa lo hizo arrestar enseguida. Lo hizo pasar por idiota y le dijo: "¿Cómo es ése asunto de que la Tierra gira?". Galileo dijo: "Es la Tierra la que gira alrededor del Sol, y no como dicen ustedes". Entonces el Papa dijo: "¿Pero éste es idiota? ¿Han visto alguna vez una casa girar alrededor de la estufa?".
Naturalmente, además de crear a los hombres, Dios ha construido a los animales, los vegetales y los minerales: un quilombo tan grande que ya no se entiende nada. Pero cuando los hombres se enojan, viene el diluvio universal. Después, Noé tiene tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Los tres son hombres y dan lugar a las distintas razas. Al rato, Dios lo llama a Moisés y le dice cuáles son las cosas que se pueden hacer y cuáles las no.
Las cosas que se deben hacer son los diez mandamientos; las que no se deben hacer son los siete pecados capitales. Ahora bien, yo estudie bien esos siete pecados capitales y son las cosas más abominables del mundo. Y Dios las hace todas. La soberbia, por ejemplo: si hay alguien soberbio, ése es Él, el ser perfectísimo, poderosísimo, presentísimo. "Comparado conmigo", dice, "Nembo Kid es un imbécil y a Buda lo saco de taquito". Hace falta un poco más de humildad. El mismo nombre Dios. Si hubiese elegido un nombre más humilde. Si hubiese dicho: "Soy Guido, no habrá otro Guido más que yo". O si no: "Ayúdense entre ustedes, que Guido los ayuda a todos". O "llueve porque Guido quiere". Si fuese más humilde sería más simpático.
La ira: no hay nadie que se enoje más que él. ¿Adán y Eva arrancaron una manzana? Madre mía, se enojó como un loco. "¡Fuera! ¡Tu trabajarás con el sudor de tu frente! ¡Tú parirás con dolor! ¡Fuera!". Una manzana yo me la pago, no hay porque enojarse de esa manera. Está bien, incluso admito que uno se puede enojar por una manzana, pero después se le pasa. ¡Ah! No, a Él no se le pasó. Van dos millones de años y nos seguimos bautizando por culpa de esa manzana.
La lujuria: no quiero entrar en asuntos privados, pero somos todos hijos suyos, ¿o no? Somos cinco mil millones de personas, ¿o no?
La avaricia: no hay nadie más avaro que Él. Al pueblo elegido -los judíos- les prometió un pedazo de tierra hace dos millones de años. "Si, aquella tierra se la prometí, pero nunca dije que se la iba a dar". ¿O sí?
Los diez mandamientos. Ésa sí que era una buena idea. Sólo que los hizo a favor del rico. Convengamos que es más fácil ir al infierno para los pobres que para los ricos. Por ejemplo, a Agnelli, el dueño de la Fiat, con todo el dinero que le han dejado, le dicen: "Honra al padre y a la madre" ¿Y que va a decir? "Gracias madre, gracias padre. Cuando mueran, lo agarro todo yo".
O no desear las cosas de los demás. También es algo muy fácil para Agnelli, porque si todo es suyo ¿qué va a desear?
En suma: nuestro señor debería ocuparse un poco más de los problemas del proletariado. Porque nuestro creador consiguió que nos insertáramos en el mundo moderno de manera homogénea. Él podría conseguir enseguida que estuviéramos mejor. Tomemos los inventos, por ejemplo. ¿Por qué no nos hizo descubrir enseguida la calefacción, evitando que mil millones de personas murieran de frío en el pasado? ¿No podía? Creó a Adán, tomó una costilla suya e hizo a Eva. O sea, que bien podía agarrar, no sé, una oreja de Eva y hacer una estufa. Así quedaban los hombres con una costilla menos y las mujeres sin una oreja, y aunque hubiese hecho falta gritar un poco, habríamos estado un poco mejor, ¿no?
Durante siglos se comió carne cruda y hubo miles de virus. ¿No podía ayudarnos a descubrir antes la penicilina y los antibióticos? No, prefirió esconderlos en los hongos. Y eso es tener una mentalidad de revista de crucigramas.
¿A quién se le ocurre ir a buscar los antibióticos en los hongos? Hay gente que los buscó durante toda su vida y no los pudo encontrar.
Es como si yo les escondiera el jabón a mis hijos: van a lavarse, no lo encuentran, entonces se agarran tifus y cólera, y se mueren. Al final, para divertirme, les digo: "¿Saben dónde había metido el jabón? Debajo de la toalla, ja, ja, ja". Pero ellos ya están muertos. Entonces, ¿qué nos quiere decir con eso? Nos quiere decir: "Soy Dios y me cago en ustedes".




No te alejes de mi - Tomás Abraham



“…Europa, en cuanto a ti, puedes irte o quedarte. En realidad nunca fuiste continente ni contenido más allá de estar de acuerdo en despedazarte con frecuencia y escarnio. Eres un invento imperial y semita. Judeocristiano que le dicen. Atenas –en donde se inventó la política de la paridad y el uso de la palabra como mediadora de conflictos– era imperio. Entró y salió a espada desnuda en cuanta polis se atrevió a cruzársele. Roma –magnificente por su Derecho y sus máximas en las que sus jerarcas meditaban sobre los excesos del poder y la necesidad de su moderación– crucificaba a Espartaco. Una vez disuelta la grandiosidad de lo clásico, el medioevo cristiano se volvió loco por haber sido portador de la peor de las locuras, la que se expande en nombre de la fe. La Inquisición y la Caza de Brujas, fueron su mejor logro administrativo.
Por pudor no deberíamos hablar de colonialismo y genocidio. Sería hacer leña del árbol caído. Vieja Europa nunca dejaste de ser tribal. Dices unión y piensas autonomía. Tú sí que crees en pueblos originarios. Eres étnica hasta la médula. Pero perdiste el tren de la historia. Renunciaste a la cópula por avaricia y no tienes baby boom. No eres más que euro. Y lo puedes perder. Merkel, Rajoy y Berlusconi son tus estadistas. En tu costilla oriental, más al centro, los grafitis antisemitas de tu racismo rancio no tienen sentido a pesar de escribirlos en los muros de Budapest, Bucarest, Zagreb o Varsovia. Por si esto no fuera suficiente, Europa, otra vez le sumas tu odio a los musulmanes, justificado en el maltrato contra las mujeres como si alguna vez hubieras tratado bien a alguien.
(…)
Pero Europa tiene credenciales, no podemos ignorarlo. Dejo de lado la pasión turística para quienes se deleitan con Londres, París y Venecia. Bellas a no dudar. Por ejemplo, la democracia. Esa idea de que el poder no puede ser un centro con un ocupante vitalicio sino un espacio delegado, fortuito y cambiante. También la Rennaissance –suena lindo en francés– y su idea del Individuo con mayúscula, la del artista creador y la del viajante curioso. No olvidemos la tarea del empirismo liberal que elaboró la noción de propiedad, que en nada es una referencia mezquina, de ella deriva la condena de la tortura y la declaración del hábeas corpus. ¿Qué sería de nosotros sin la Ilustración con su emblema que dice “ten el coraje de saber!”? ¿Qué dignidad humana nos cabría sin la autorización de explorar los misterios del mundo por más que le pese a Fausto y a todos los que advierten que conocer es peligroso? Por eso hablamos de las tinieblas de la censura despejadas por las Luces que nos alientan a pensar sin tutelas y a elaborar una moral universal para el nuevo sujeto llamado humanidad. Y, finalmente, el hecho revolucionario del paradigma científico que articula la voluntad de saber con la verificación de los enunciados, la refutabilidad de las teorías, y la publicidad de los resultados. ¿Quién es aquel que quiere perder este legado que se hace llamar Civilización Occidental? ¿Y quién se arriesga a despreciar por todo lo recién dicho a su adorada hija Europa?
Paridad política, moderación y contención del poder, intangibilidad del cuerpo, singularidad del individuo, libre expresión y pensamiento sin custodia, humanidad como nuevo conjunto de referencia moral, ¿qué otra forma de vida aparece en el horizonte que nos aliente a echar por la borda esta herencia llámese como se llame y darle la bienvenida a una nueva aurora? Miro a lo lejos, y no veo nada. Miro cerca y veo a un par de fanáticos por allá, otro par de fanáticos por aquí, judíos ortodoxos seguros de sí y de sus seiscientos mandamientos diarios en nombre de la augusta segregación; bolivarianos con camisas rojas gritando a voz en cuello que un gobierno de ricos votado por pobres quedará para la eternidad; tejanos con botas que amenazan con arrojar una buena bomba por allá lejos si les aumentan los impuestos y les impiden ser dueños de la tierra; eslavos enriquecidos poseedores de bombas, clubes de fútbol y del tráfico sexual; islamistas y evangelistas arrojando sus sacros libros dinamitados en nombre de la muerte pastoral.
No quiero hablar de ciertos asiáticos porque me da miedo. No me vengan con el feng shui, el taichi o el origami. Ni con Lao Tsé, Confucio o el Dalai Lama. El ascetismo puede ser generoso o letal. No está mal si sirve para elongar los músculos, vaciar arterias y ser más paciente con la suegra. Pero el ascetismo impuesto por una dictadura es el peor. Trabajar y callarse. Trabajar y aplaudir. Me parece difícil que el gran gigante asiático pueda gerenciar a mil quinientos millones de seres vivientes como si fueran un regimiento al mando de un sargento. Parece una imagen demasiado estereotipada. Aunque es posible imaginar una alternativa aún peor. Quizá se los pueda administrar como si fueran cobayos de un laboratorio. Me refiero a una realidad que los pensadores europeos cuando nos quieren asustar llaman de un modo un poco macabro “tanatopolítica”. Las ciencias de la vida y de la muerte aplicadas a la conducción de grupos en un campo de concentración planetario.
Modelo chino: rey de la competitividad  globalizada y protector de la patria grande.
Un argentino por adopción, nativo rumano, de lengua materna húngara, judío hasta el apellido, casado con una cristiana, ¿puedo decir que soy occidental y europeo? La verdad que no. No soy, me hago. Es lo que dijo mi mentor Jean Paul Sartre, uno no es, se hace.
Y si llegara a decidir hacerme a mí mismo bastante occidental y hasta un poco europeo, sólo será por amor a la filosofía, para salvarla de la religión que esclaviza, de la ciencia que manipula, de la burocracia que asesina, de la política que domestica. Por amor al oficio.
Por eso “no está bueno”, como dicen los del Pro, abandonar a Occidente y con él a Europa vieja y gastada como está, para que el mito del Individuo, de la paridad ciudadana, de la libertad de palabra, de la intangibilidad del cuerpo, del saber sin custodia, de la humanidad  una, no se disuelvan y dejen la pista libre al  Poder con mayúscula y a la servidumbre voluntaria que a tantos obnubila.

lunes, 8 de julio de 2013

Embriagaos…




Hay que estar siempre ebrio. Nada más; esta es toda la cuestión. Para no sentir el paso horrible del tiempo, que os quiebra la espalda y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin parar. ¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como queráis. Pero embriagaros. Y si alguna vez, en las escaleras de un palacio, en la verde hierba de una zanja, en la soledad sombría de vuestro cuarto, os despertáis, porque ha disminuido o desaparecido vuestra embriaguez, preguntad al viento, a las olas, a las estrellas, a los pájaros, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que gira, a todo lo que canta a todo lo que habla, preguntadle qué hora es; y el viento, las olas, las estrellas, los pájaros, el reloj, os contestarán: “¡Es la hora de embriagarse!” Para no ser esclavos martirizados del tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud, como queráis.

                                                                                                          C. Baudelaire