“…Sobre el
libro han escrito de un modo tan brillante tantos escritores. Yo quiero
referirme a unos pocos. Primero me referiré a Montaigne, que dedica uno de sus
ensayos al libro. En ese ensayo hay una frase memorable: “No hago nada sin
alegría”. Montaigne apunta a que el concepto de lectura obligatoria es un
concepto falso. Dice que si el encuentra un pasaje difícil en un libro, lo
deja: porque ve en la lectura una forma de felicidad.
Recuerdo
que hace muchos años se realizó una encuesta sobre que es la pintura. Le
preguntaron a mi hermana Norah y contestó que la pintura es el arte de dar
alegría con formas y colores. Yo diría que la literatura es también una forma
de alegría. Si leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado. Por eso
considero que un escritor como Joyce ha fracasado esencialmente, porque su obra
requiere un esfuerzo.
Un libro no
debe requerir un esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo. Pienso
que Montaigne tiene razón. Luego enumera los autores que le gustan. Cita a
Virgilio, dice preferir las Geórgicas
a la Eneida; yo prefiero la Eneida,
pero eso no tiene nada que ver. Montaigne habla de los libros con pasión, pero
dice que aunque los libros son una felicidad, son, sin embargo un placer
lánguido.
Emerson lo
contradice- es el otro gran trabajo sobre los libros que existe. En esa
conferencia, Emerson dice que una biblioteca es una especie de gabinete mágico.
En ese gabinete están encantados los mejores espíritus de la humanidad, pero
esperan nuestra palabra para salir de su mudez. Tenemos que abrir el libro,
entonces ellos despiertan. Dice que podemos contar con la compañía de los
mejores hombres que la humanidad ha producido, pero que no los buscamos y
preferimos leer comentarios, críticas y
no vamos a lo que ellos han escrito.
Yo he sido
profesor de literatura inglesa, durante veinte años, en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad
de Buenos Aires. Siempre les he dicho a mis estudiantes que tengan poca
bibliografía, que no lean críticas, que lean directamente los libros;
entenderán poco, quizá, pero siempre gozarán y estarán leyendo la voz de
alguien. Yo diría que lo más importante de un autor es su entonación, lo más
importante de un libro es la voz del autor, esa voz que llega a nosotros.
Yo he dedicado una parte de mi vida a las
letras, y creo que una forma de la felicidad es la lectura; otra forma de
felicidad menor es la creación poética, o lo que llamamos creación, que es una
mezcla de olvido y recuerdo de lo que hemos leído.
Emerson
coincide con Montaigne en el hecho que debemos leer únicamente lo que nos
agrada, que un libro tiene que ser una forma de felicidad. Les debemos tanto a
las letras. Yo he tratado más de releer que de leer, creo que releer es más
importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído. Yo tengo ese culto del libro. Puedo decirlo de
un modo que puede parecer patético y no quiero que sea patético; quiero que sea
como una confidencia que les realizo a cada uno de ustedes; no a todos, pero sí
a cada uno, porque todos es una
abstracción y cada uno es verdadero.
Yo sigo
jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros. Los otros días me regalaron
una edición del año 1966 de la Enciclopedia Brokhause. Yo sentí
la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad.
Ahí estaban los ventitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer,
con los mapas y grabados que no puedo ver; y sin embargo el libro estaba ahí.
Yo sentía como una gravitación amistosa del libro. Pienso que el libro es una
de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.
Se habla de
la desaparición del libro; yo creo que es imposible. Se dirá que diferencia
puede haber entre un libro y un periódico o un disco. La diferencia es que un
periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es
algo mecánico y por lo tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria.
El concepto
de libro sagrado, del Corán o de la Biblia, o de los Vedas,
puede haber pasado, pero el libro tiene cierta santidad que debemos tratar de
no perder. Tomar un libro y abrirlo guarda la posibilidad de un hecho estético.
¿Qué son esas palabras acostadas en un libro? ¿Qué son esos símbolos muertos?
Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo
de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que
cambia cada vez.
Heráclito
dijo (lo he repetido demasiadas veces) que nadie baja dos veces al mismo río.
Nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian, pero lo más
terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos
un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además,
los libros están cargados de pasado.
He hablado
en contra de la crítica y voy a desdecirme (pero que importa desdecirme).
Hamlet no es exactamente el Hamlet
que Shakespeare concibió al principio del siglo XVII, Hamlet es el Hamlet de Coleridge, de Goethe y de
Bradley. Hamlet ha renacido. Lo mismo
pasa con el Quijote. Igual sucede con Lugones y Martínez Estrada, el Martín Fierro no es el mismo. Los
lectores han ido enriqueciendo el libro.
Si leemos
un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha trascurrido desde
el día en que fue escrito y nosotros. Por eso conviene mantener el culto del
libro. El libro puede estar lleno de erratas, podemos no estar de acuerdo con
las opiniones del autor, pero todavía conserva algo sagrado, algo divino, no
con respeto supersticioso, pero sí con deseo de encontrar felicidad, de
encontrar sabiduría.
Es lo que
quería decirles hoy.”
24
de mayo de 1978
No hay comentarios:
Publicar un comentario