Muy
bien escrito, con graciosa ironía. Si uno solamente se tuviera que basar en el ambiente que describe éste cuento, sin
duda mis simpatías estarían del lado de los Unitarios. Tengan en cuenta que en
éste fragmento no se encuentran los pasajes más brutales ni sangrientos.
“…Lo que hace principalmente a mi
historia es que por causa de la inundación estuvo quince días el matadero de la Convalecencia sin
ver una sola cabeza vacuna, y que en uno o dos, todos los bueyes de quinteros y
aguateros se consumieron en el abasto de la ciudad. Los pobres niños y enfermos
se alimentaban con huevos y gallinas, y los gringos y herejotes bramaban por el
beefsteak y el asado. La abstinencia de carne era general en el pueblo, que
nunca se hizo más digno de la bendición de la Iglesia, y así fue que
llovieron sobre él millones y millones de indulgencias plenarias. Las gallinas
se pusieron a seis pesos y los huevos a cuatro reales y el pescado carísimo. No
hubo en aquellos días cuaresmales promiscuaciones ni excesos de gula; pero en
cambio se fueron derecho al cielo innumerables ánimas, y acontecieron cosas que
parecen soñadas…
….En efecto, el decimosexto día de la
carestía, víspera del día de Dolores, entró a nado por el paso de Burgos al
matadero del Alto una tropa de cincuenta novillos gordos; cosa poca por cierto
para una población acostumbrada a consumir diariamente de 250 a 300, y cuya tercera
parte al menos gozaría del fuero eclesiástico de alimentarse con carne. ¡Cosa
extraña que haya estómagos privilegiados y estómagos sujetos a leyes
inviolables y que la Iglesia
tenga la llave de los estómagos!
Pero no es extraño, supuesto que el
diablo con la carne suele meterse en el cuerpo y que la Iglesia tiene el poder de
conjurarlo: el caso es reducir al hombre a una máquina cuyo móvil principal no
sea su voluntad sino la de la
Iglesia y el gobierno. Quizá llegue el día en que sea
prohibido respirar aire libre, pasearse y hasta conversar con un amigo, sin
permiso de autoridad competente. Así era, poco más o menos, en los felices
tiempos de nuestros beatos abuelos que por desgracia vino a turbar la
revolución de Mayo.
Sea como fuere; a la noticia de la
providencia gubernativa, los corrales del Alto se llenaron, a pesar del barro,
de carniceros, achuradores y curiosos, quienes recibieron con grandes
vociferaciones y palmoteos los cincuenta novillos destinados al matadero.
—Chica, pero gorda —exclamaban—. ¡Viva la Federación! ¡Viva el
Restaurador!
Porque han de saber los lectores que en
aquel tiempo la Federación
estaba en todas partes, hasta entre las inmundicias del matadero, y no había
fiesta sin Restaurador como no hay sermón sin San Agustín. Cuentan que al oír
tan desaforados gritos las últimas ratas que agonizaban de hambre en sus
cuevas, se reanimaron y echaron a correr desatentadas conociendo que volvían a
aquellos lugares la acostumbrada alegría y la algazara precursora de
abundancia.
El primer novillo que se mató fue todo
entero de regalo al Restaurador, hombre muy amigo del asado. Una comisión de
carniceros marchó a ofrecérselo a nombre de los federales del matadero,
manifestándole in voce su agradecimiento por la acertada providencia del
gobierno, su adhesión ilimitada al Restaurador y su odio entrañable a los
salvajes unitarios, enemigos de Dios y de los hombres. El Restaurador contestó
a la arenga, rinforzando sobre el mismo tema y concluyó la ceremonia con los
correspondientes vivas y vociferaciones de los espectadores y actores. Es de
creer que el Restaurador tuviese permiso especial de su Ilustrísima para no abstenerse
de carne,
porque siendo
tan buen observador de las leyes, tan buen católico y tan acérrimo protector de
la religión, no hubiera dado mal ejemplo aceptando semejante regalo en día
santo…”
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