viernes, 13 de julio de 2012

Charles Baudelaire - Poemas en prosa

 
XVII

UN HEMISFERIO EN UNA CABELLERA

Déjame respirar mucho tiempo, mucho  tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir
en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos
con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire.

¡Si pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tus
cabellos!

Mi alma viaja en el perfume como el alma de los demás hombres en la música.
Tus cabellos contienen todo un ensueño, lleno de velámenes y de mástiles; contienen
vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en que el espacio es más
azul y más profundo, en que la atmósfera está perfumada por los frutos, por las hojas y
por la piel humana.

En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melancólicos,
hombres vigorosos de toda nación y navíos de toda forma, que recortan sus
arquitecturas finas y complicadas en un cielo inmenso en que se repantiga el
eterno calor.

En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces de las largas horas
pasadas en un diván, en la cámara de un hermoso navío, mecidas por el balanceo
imperceptible del puerto, entre macetas y jarros refrescantes.

En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco mezclado con opio y
azúcar; en la noche de tu cabellera veo resplandecer lo infinito del azul tropical; en las
orillas vellosas de tu cabellera me emborracho con los olores combinados del algodón,
del almizcle y del aceite de coco.

XXXIII

EMBRIAGAOS

Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no
sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo,
tenéis que embriagaros sin tregua.
 
Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.

Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la
tristona soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye,
a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla,
preguntadle la hora que es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj; os contestarán:

“Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos,
embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud; a su gusto.”




EPÍLOGO

A la montaña he subido, satisfecho el corazón.
En su amplitud, desde allí, puede verse la ciudad:
un purgatorio, un infierno, burdel, hospital, prisión.

Florece como una flor allí toda enormidad.
Tú ya sabes, ¡oh Satán!, patrón de mí alma afligida,
que yo no subí a verter lágrimas de vanidad.

Como el viejo libertino busca a la vieja querida,
busqué a la enorme ramera que me embriaga como un vino,
que con su encanto infernal rejuvenece mi vida.

Ya entre las sábanas duermas de tu lecho matutino,
de pesadez de catarro de sombra, o ya te engalanes
con los velos de la tarde recamados de oro fino,

te amo, capital infame. Vosotras, ¡oh cortesanas!,
y vosotros, ¡oh bandidos!, brindáis a veces placeres
que nunca comprende e1 necio vulgo de gentes profanas

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