La conversación de Húrin y Morgoth
“…Así
pues Húrin fue llevado ante Morgoth, porque éste sabía, por sus artes y sus
espías, que Húrin tenía amistad con el rey, e intentó intimidarlo con su
mirada. Pero aún no era posible intimidar a Húrin, que desafió a Morgoth.
Morgoth lo hizo entonces encadenar y
le
dio lento tormento. Al cabo de un tiempo, fue a donde él estaba y le ofreció la
posibilidad de escoger entre ser libre de ir a donde quisiera o bien recibir
poder y rango como el mayor de los capitanes de Morgoth, si se avenía a
revelarle dónde tenía Turgon su fortaleza y todo lo que supiese sobre los
designios del rey. Pero Húrin el Firme se mofó de él, diciendo:
-Eres
ciego, Morgoth Bauglir, y ciego serás siempre, pues tan sólo ves la oscuridad.
Desconoces las normas que rigen el corazón de los Hombres, y si las conocieras
no sabrías acatarlas. Pero necio es quien acepta lo que Morgoth le ofrece.
Primero te quedarías con el
precio y luego faltarías a tu promesa; y si te dijera lo que pides, yo sólo
obtendría la muerte.
Entonces
Morgoth rió, y dijo:
-Quizá
acabes pidiéndome la muerte como una merced.
Entonces
llevó a Húrin a la Haudh-en-Nirnaeth,
que por entonces estaba recién construida, y en ella se respiraba el hedor de
la muerte; y Morgoth lo puso en lo más alto de la cima y le ordenó que mirara
al oeste, hacia Hithlum, y que pensara en su esposa y en su hijo y en el resto
de los suyos.
—Porque
ahora moran en mi reino —dijo Morgoth—, y los tengo en mi poder.
—No
los tienes —respondió Húrin—. Pero no llegarás a Turgon a través de ellos;
porque ellos no conocen sus secretos.
Entonces
la cólera dominó a Morgoth, y dijo:
-Pero
sí te tengo a ti, y llegaré a toda tu maldita casa; y os quebrantará mi
voluntad, aunque estéis todos hechos de acero.
Y diciendo esto, alzó una larga espada que allí había y
la quebró ante los ojos de Húrin, y un fragmento le hirió en la cara; pero
Húrin no se doblegó. Entonces Morgoth, extendiendo el largo brazo hacia
Dorlómin, maldijo a Húrin y Morwen y a sus hijos, diciendo:
- ¡Mira!
La sombra de mi pensamiento caerá sobre ellos dondequiera que vayan, y mi odio
los perseguirá hasta los confines del mundo.
Pero
Húrin replicó:
-Hablas
en vano. Tú no puedes verlos ni gobernarlos desde lejos; no mientras conserves
esta forma, y desees aún ser un rey visible en la tierra.
Entonces
Morgoth se volvió hacia Húrin, y dijo:
-¡Necio,
insignificante entre los Hombres, que son ya lo más insignificante de cuanto
habla! ¿Has visto a los Valar, o medido el poder de Manwé y Varda? ¿Conoces el
alcance de su pensamiento? ¿O crees, quizá, que ellos te tienen presente y que
pueden protegerte
desde
lejos?
—No
lo sé —contestó Húrin—. Pero bien podría ser así si ellos lo quisieran. Porque
mientras Arda perdure el Rey Mayor no será destronado.
—Tú
lo has dicho —dijo Morgoth—.Yo soy el Rey Mayor: Melkor, el primero y más
poderoso de todos los Valar, que fue antes que el mundo y lo creó. La sombra de
mis designios se extiende sobre Arda, y todo lo que hay en ella cede lenta e
inexorablemente ante mi voluntad. Y a todos los que tú ames, mi pensamiento los
cubrirá como una nube fatídica, y los envolverá en oscuridad y desesperanza. Dondequiera
que vayan, el mal les saldrá al encuentro. Cada vez que hablen, sus palabras
provocarán malentendidos. Todo lo que
hagan se volverá contra ellos. Morirán sin esperanza, maldiciendo a la vez la
vida y la muerte.
Pero
Húrin respondió:
-¿Olvidas
con quién hablas? Las mismas cosas se las dijiste hace mucho a nuestros padres;
pero escapamos de tu sombra. Y ahora te conocemos, porque hemos contemplado los
rostros que han visto la Luz,
y hemos escuchado las voces que han hablado con Manwe.
Existías
antes que Arda, pero otros también; y tú no la creaste. Ni tampoco eres el más
poderoso; porque has dedicado tu fuerza a ti mismo y la has malgastado en tu
propio vacío. No eres más que un esclavo fugitivo de los Valar, y sus cadenas
todavía te esperan.
-Has
aprendido de memoria las lecciones de tus amos –replicó Morgoth—. Pero un
conocimiento tan infantil no te ayudará, ahora que todos han huido.
-Esto
es entonces lo último que te diré, esclavo Morgoth –dijo Húrin-, y no proviene
de la ciencia de los Eldar, sino que me lo dicta mi corazón en este momento. Tú
no eres el Señor de los Hombres, y nunca lo serás, aunque toda Arda y el Menel
caigan bajo tu dominio. Más allá de los Círculos del Mundo no puedes perseguir
a los que te rechazan.
-Más
allá de los Círculos del Mundo no los perseguiré –contestó Morgoth-. Porque más
allá de los Círculos del Mundo está la Nada. Pero hasta que entren en la Nada, dentro de ellos no se
me escaparán.
-Mientes
-afirmó Húrin.
-Ya
lo verás, y reconocerás entonces que no miento -dijo Morgoth.
Y
llevando a Húrin de nuevo a Angband.lo sentó en una silla de piedra sobre un
sitio elevado de Thangorodrim desde donde podía ver a lo lejos la tierra de
Hithlum al oeste y las tierras de Beleriand al sur. Allí quedó sujeto por el
poder de Morgoth; y éste, de pie a su
lado, lo maldijo de nuevo y le impuso su poder, de manera que Húrin no podía
moverse ni morir en tanto que Morgoth no lo liberara.
-Siéntate
aquí ahora -dijo Morgoth- y contempla las tierras donde aquellos que me has
entregado conocerán el mal y la desesperación. Porque has osado burlarte de mí,
y has cuestionado el poder de Melkor, amo de los destinos de Arda. Así pues,
con mis ojos verás,
y con mis oídos oirás, y nada te será ocultado."
No hay comentarios:
Publicar un comentario