HISTORIAS DE AMOR
HISTORIA DEL QUE ESPERO SIETE AÑOS
Jorge
Allen, el poeta, amaba a una joven pechugona de los barrios hostiles. Según
supo después, alcanzo a ser feliz.
Una noche de
junio, la chica resolvió abandonarlo.
- No te
quiero mas - le dijo.
Allen cometió
entonces los peores pecados de su vida; suplico, se humillo, escribió versos
horrorosos y lloro en los rincones. La pechugona se mantuvo firme y rubrico la
maniobra entreverándose con un deportista reluciente.
El poeta
recobro la dignidad y empleo su tiempo en amar sin esperanzas y en recordar el
pasado. Su alma se retempló en el sufrimiento y se hizo cada vez mas sabio y
bondadoso.
Muchas
veces soñó con el regreso de la muchacha, aunque tuvo el buen tino de no
esperar que tal sueño se cumpliera.
Más tarde
supo que jamás habría en su vida algo mejor que aquel amor imposible. Sin
embargo, una noche de verano, siete años y siete meses después de su
pronunciamiento, la pechugona apareció de nuevo.
Las
lágrimas le corrían por el escote cuando le confeso al poeta:
- Otra
vez te quiero.
Allen
nunca pudo contar con claridad lo que sintió en aquellas horas. El caso es que
volvió a su casa vacío y desengañando. Quiso llorar y no pudo. Nunca mas volvió
a ver a la pechugona.
Y lo que
es peor, nunca mas, nunca mas volvió a pensar en ella ni a soñar su regreso.
HISTORIA DEL QUE SE ENAMORO DE UNA NIÑA
DEMASIADO JOVEN
Manuel
Mandeb supo tener amores con una niña muy joven de la calle Paez.
La
muchacha no hizo cuestión por la diferencia de edades y además es cierto que
Mandeb era un hombre de aspecto soberbio, dentro de su sombrío estilo. Pero
pronto empezaron las dificultades. Un día Mandeb insistió en caminar bajo un
aguacero mientras recitaba a los gritos un soneto flamante.
Una noche
le hizo el amor en la casa embrujada de la calle Campana para espantar a los
demonios. A veces, en la madrugada, se trepaba hasta la ventana de la niña, en
el tercer piso, y dejaba prendida una flor roja. Una tarde de invierno le hizo
probar el licor del olvido y el vino del recuerdo.
En
verano, le sacaba la blusa en las calles oscuras y le ponía alguna de sus
gastadas camisas azules. Para su cumpleaños le regalo una sombra robada en
Villa del Parque que había encerrado en una cajita de cristal. Después enseñó a todos los
pájaros de Flores a cantar el nombre de la muchacha en su ventana. Entonces la
niña abandono a Mandeb y comento luego a sus amistades en una pizzeria:
-No éramos de la misma generación.
HISTORIA DEL QUE PADECIA LOS DOS MALES.
En la
calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia. Pero ella lo despreciaba
enteramente. Unas cuadras mas abajo dos morochas se morían por el hombre y se
le ofrecían ante su puerta. El las rechazaba honestamente.
El amor
depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser
amados por quien no podemos amar.
El hombre
de la calle Caracas padeció ambas desgracias al mismo tiempo y murió una mañana
ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la rubia.
PACTOS
DIABÓLICOS EN FLORES
RUBEN
GARMENDIA, EL PICAFLOR
No aprecia mal negocio el de Garmendia.
Le garantizaron el amor de todas las mujeres. El tormento eterno era sin duda,
un precio razonable. Todos lo recuerdan en Flores paseando con las mujeres mas
hermosas de la ciudad.
Según cuentan, las muchachas lo seguían
por la calle. En las confiterías, se acercaban a su mesa para ofrecérsele
redondamente. Muchas veces debía arrojarse de los colectivos, huyendo del ardor
de las pasajeras. Sus amigos lo abandonaron, temerosos de que sedujera a sus
novias.
Sor Juana Inés de la Cruz dictamino que el amor es
como la sal: dañan su falta y su sobra.
Garmendia
soporto como nadie la segunda desdicha.
Sus
amantes no se resignaban a la ausencia y se le aparecían en su casa llorando y
arrojando piedras a las ventanas. En sus últimas épocas se lo veía perseguido
por muchedumbres de damas sin consuelo que le tiraban del saco.
Para
completar su desventura, se enamoro de una vecina y ya no necesito la pasión de
otras mujeres. Supo además, que la chica lo amaba desde tiempos lejanos,
anteriores al pacto.
Comprendió
entonces que Satán era tramposo.
Se sabe
que trato de disolver el vínculo, pero es poco probable que lo haya logrado.
Un marido
celoso lo asesino un 25 de mayo.
RUBEN DI LEO:
Centro delantero
del club Empalme San Vicente. No era literato, pero escribió un extenso volumen
titulado Mis mejores Jugadas, en el que relata con estilo insufrible mas de mil
quinientas acciones futbolísticas en las que aparece como protagonista.
Una de
ellas tiene cierto interés para nosotros: JUGADA 304 Perrone pateo el corner
desde la izquierda. Perdíamos uno a cero y faltaban dos minutos. El tiro le
salió demasiado alto. Yo estaba en el área, pero ni pensé en saltar. De pronto
sentí que unas manos ardientes me tomaban de la cintura y me elevaban por el
aire. Así alcance una altura fenomenal, casi un metro por encima de los
defensores. Misteriosamente mi cabeza choco con la pelota. Las manos me
soltaron y caí despatarrado. Me aprecio escuchar el rumor de unas alas, pero
fue mucho mas fuerte el grito de gol de la tribuna.
Desde ese
día, cuando hay un corner trato de patearlo yo.
NIÑOS, LIBROS Y LECTURAS
EL NIÑO QUE FUE A MENOS
La señorita Claudia le pregunta a Ferro:
- ¿Quién fundó la ciudad de Asunción?
Ferro lo ignora y lo confiesa. La maestra
intenta por otros rumbos.
- Tissot.
- No sé, señorita.
-
Rossi.
Silencio. El ambiente se pone pesado
porque quizá la señorita Claudia enseñó aquello el día anterior.
- Maldonado.
Nada. Claudia frunce el ceño y ensaya
unos reproches generales. Frezza, el tano Frezza, lo sabe de algun modo
misterioso. Es extraño el camino que siguen las nociones: suelen alojarse donde
menos se lo piensa.
- Nuñez. López. Dall'Asta.
Tampoco. Frezza espera, sobrador, sin
levantar la mano. Cosa de manyaorejas, piensa.
La señorita Claudia se dirige a las niñas
y pronuncia el nombre amado. Frezza está muy lejos para soplar y la morocha que
lo enloquece no puede contestar. De pronto, la maestra lo mira.
- Frezza.
Y el niño taura, que tal vez necesita
anotarse un poroto, se levanta, mira hacia el banco de la morocha y dice casi
triunfal:
- No lo sé.
Si es que nadie lo sabe estará bien no saberlo. Frezza se sienta y se oye entonces, como en una horrible blasfemia, la voz de Campos, injuriosa:
- ¡Juan de Salazar!
Si es que nadie lo sabe estará bien no saberlo. Frezza se sienta y se oye entonces, como en una horrible blasfemia, la voz de Campos, injuriosa:
- ¡Juan de Salazar!
Pasaron los años. La morocha no conoció
el amor de Frezza ni tampoco su gesto elegante y generoso. Si alguien califica
estas lecciones en alguna Libreta Celeste, Frezza tendrá un nueve. Y si ni
siquiera existe esa Libreta, entonces tendrá un diez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario